¿Una nueva «criatura» algorítmica?

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Intelligenza artificiale - 1

En un artículo publicado en Italia por BeeMagazine, el cardenal Fernando Filoni presenta una reflexión sobre el tema de la inteligencia artificial (IA) y la creación de Dios. Dado que esta cuestión de actualidad también interesa a la Iglesia universal, tal y como subrayó el Papa en su mensaje del 1 de enero, hemos decidido publicar el texto del Gran Maestre en nuestra página web, en varios idiomas, para los miembros de la Orden y sus allegados.

 

Un arqueólogo, al que le pregunté si era posible diferenciar un objeto antiguo de terracota de uno falso y moderno, me respondió que el tacto es el primer criterio de evaluación inmediata. Por supuesto, hay más criterios. Me explicó que la porosidad de la terracota se adquiere con el tiempo y que no se encuentra en una creación contemporánea, cuya superficie es lisa. Se trata de un criterio empírico, pero que parece válido a primera vista entre todos los objetos falsos que podemos encontrar por todas partes y que nos quieren vender.

En un momento en el que estamos inundados de noticias de todo tipo, ¿cuál es el primer criterio válido para defenderse y distinguir las noticias reales de las fake news? La pregunta se plantea por la gran facilidad con la que circulan las noticias. Una llamada a la razón ya no es suficiente, puesto que todo el mundo habla de una supuesta inteligencia artificial que es capaz de deconstruir, fabricar, distorsionar la información e, incluso, engañar.

En estos tiempos complejos, en los que tantas personas están inmersas en el aprendizaje de todas las nuevas formas de comunicar e influir en nuestras vidas, nos damos cuenta de que, en efecto, la riqueza que posee el ser humano está depositada en unas pobres vasijas de barro, de acuerdo con una feliz expresión de Pablo de Tarso, quien escribió a los cristianos de Corinto que llevamos este tesoro (nuestra esperanza) en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros (cf. 2 Cor 4:7); un artefacto antiguo, por tanto, nuestro ser y nuestra existencia, que se remonta a la época en la que el Creador le dio forma a partir del polvo y le insufló vida, inteligencia y libertad. Con sus dones, en pocas palabras y bíblicamente hablando, la creó a su imagen y semejanza. La porosidad de la existencia humana ha traspasado los milenios y no es tecnológicamente reproducible. Aunque quisiéramos reducirlo todo a números y combinaciones algorítmicas, seguiría siendo una existencia «lisa».

La cuestión subyacente es saber si el investigador de la Silicon Valley o cualquier otra entidad dedicada a esta ciencia que ha creado y dado a luz a esta nueva criatura, a la que llamamos inteligencia artificial, tiene algún «parecido» con el Dios Todopoderoso que, según el Génesis, creó el cielo y la tierra, entonces informe y vacía, mientras que la tiniebla cubría la superficie del abismo (cf. Gn 1,2). El «nuevo creador», aunque muy hábil, me parece más modesto. Utiliza la creación, pero si nos impresiona su habilidad quizá sea porque hemos perdido el sentido de la calidad y las proporciones de la creación divina y nos contentamos con el enjambre de números y algoritmos. En cualquier caso, la pregunta que se plantea es la siguiente: Recordando que, para la Biblia, Dios creó al ser humano, varón y mujer (cf. Gn 1,27) y le ofreció relaciones vivas, la comunión de espíritus y cuerpos, y esa autoridad sobre la creación a la que nunca debe renunciar, ¿qué infundirá a su «artefacto»?

¿Habrá que reescribir la Biblia? Me preguntó un amigo. En realidad, ni siquiera la religión escapará a la perspectiva de esta nueva criatura, la inteligencia artificial, que no tiene conciencia, aunque su carácter sagrado permanezca dentro de la lógica de sus investigadores. ¿Será un libro? ¿Habrá alguna prohibición? ¿Podrá cometer pecados? ¿Comer la fruta prohibida? ¿Amar? ¿Tendrá derecho a la redención? ¿A la oración?

¡Sí! Rezar es el anhelo más simple e innato del corazón humano. Nadie ha dejado nunca de rezar en alguna ocasión. Quizá sin saber a quién, como cuando uno invoca a su madre, aunque nunca la haya conocido.

Agustín de Hipona habló de la oración; la parte más interesante es la autobiográfica. De hecho, lo hizo refiriéndose a sí mismo con el resultado de una descripción, yo diría paradigmática, de nuestras etapas en la oración, que un algoritmo no podría extraer de su inexistente corazón.

Este afirmaba que, cuando era niño (sin haber sido bautizado aún, pero debido a su educación materna), rezaba, no tanto por su afecto a Dios, por pequeño que fuera, sino para que al día siguiente su violento profesor no le azotara (Confesiones, 1, 9, 14); después, de joven, en plena exuberancia postpuberal, rezaba para que no le desbordara la pasión, pero, a su vez, ¡para que no se la arrebataran de inmediato! (Ib. 8, 7, 17). En una mezcla de crisis y distanciamiento de su educación familiar, cambió el contenido de su oración, pidiendo el cumplimiento de sus aspiraciones dialécticas, filosóficas y arribistas; pero pronto percibió el envilecimiento y la vanidad de tal oración (Ib. 3, 4, 7). Por decepción, cayó en el maniqueísmo dominante de la época, casi como una emancipación, en el que se encontró con oraciones formales y sin originalidad. Esto fue la causa de una nueva y más profunda desilusión. Agustín, muy angustiado, confesó que se había propuesto comprender la causa de su malestar y la naturaleza de su depresión. En una forma del más alto lirismo espiritual, se dirigió al Señor: «Me convertisteis a Vos, que ni pensaba ya en tomar el estado del matrimonio ni esperaba cosa alguna de este siglo…» (Ib. 8, 12, 30).

Entonces, recibió el bautismo en la Iglesia católica.

Espero que la inteligencia artificial no nos quite el placer de estas numerosas peregrinaciones espirituales que atraviesan existencialmente la vida de los hombres y mujeres de hoy y de mañana, y que nos deje la oración, no reduzca el pluralismo, ¡y no nos conduzca a un pensamiento único!

Si se mantiene dentro de unos límites aceptables, será una criatura muy útil para la humanidad.

 

Fernando Cardenal Filoni
Gran Maestre

(Febrero de 2024)