La capa, signo luminoso de nuestra identidad

Reflexión del Gobernador General, el Embajador Leonardo Visconti di Modrone

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Il Mantello - 1

Vivimos en un mundo repleto de símbolos. Hay que saber interpretarlos y no limitarse a su apariencia, por evocadora y solemne que sea, sino profundizar en su significado y buscar lo trascendente. En pocas palabras, debemos evitar el peligro de dejarnos maravillar por el aspecto exterior, para disfrutar de una dimensión más luminosa y reveladora: intentemos observar los símbolos con los ojos del alma y del corazón.

Pensemos en nuestro símbolo principal, la capa. Como en el Apocalipsis de San Juan (Ap 7, 2-4; 9-14), podrían preguntarnos: «Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?». A lo que podríamos responder: «Estos […] han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero».

En efecto, la capa de nuestra Orden, recibida en el altar en el momento de la investidura, debe invitarnos a no conformarnos nunca con el mero disfrute estético, sino a buscar la comprensión profunda de su significado.

¿Cuál es su significado?

Llevar la capa recuerda al Caballero su obligación de lealtad, obediencia, respeto, honor, disciplina, sacrificio, responsabilidad y solidaridad, por citar tan solo algunas virtudes caballerescas. Aquellos que la reciben deben estar a la altura de estas virtudes y portarla con dignidad. Para un Caballero de la Orden del Santo Sepulcro que a su vez lleva la Cruz de Jerusalén en su capa, la cual recuerda las cinco llagas de Nuestro Señor, esto significa aún más.

Para las Damas, la capa negra, en ocasiones acompañada de guantes y forros de satén blanco (como es tradicional en algunos países) y rematada con un velo o mantilla de encaje, realza la feminidad a través de una discreta elegancia. San Pablo nos recuerda que, al bautizarnos, nos hemos «revestido de Cristo» (Gal 3, 27). Esto es lo que debemos sentir cuando llevamos nuestra capa con la Cruz de Jerusalén, evocándonos la vestimenta blanca del bautismo.

Me estremezco al recordar esta terrible invectiva de Jesús: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre» (Mt 23, 27).

Se equivocan quienes, por vanidad, se glorifican de su hábito, pero también quienes ven una contradicción entre el esplendor de la capa y la humildad recomendada a los cristianos. De hecho, podemos llevar un exquisito uniforme con humildad y, por el contrario, ser altivos con una vestimenta descuidada. Por tanto, no hay razón para oponerse a la belleza del hábito. Nuestro Señor también se transfiguró en el monte Tabor.

Por esta razón, la capa que portamos no solo debe recordarnos lo que representamos, sino también ayudarnos a transformarnos en auténticos Caballeros y Damas que encuentran en la tumba vacía y, por tanto, en el misterio de la Resurrección de Cristo, la referencia ideal para su compromiso.

Por una parte, que sea el signo luminoso de nuestra dignidad de pueblo resucitado y, por otra, el reflejo de lo que llevamos en nuestro corazón, conscientes de que su poder simbólico alcanza su meta en la identificación total entre el hábito y su portador.

 

(Marzo de 2024)