«Si alguna vez se han preguntado si la acción de nuestra Orden hace alguna diferencia, puedo asegurarles que puede marcar y ha marcado una diferencia»

Reflexiones del P. John Bateman, secretario eclesiástico del Gran Maestre, al terminar su servicio en Roma

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Father John Bateman2

En un artículo reciente hablé de como mi llegada a Roma y mi entrada en la Orden estuvieron guiadas por Dios. Las bendiciones que Dios me ha dado en los últimos tres años y medio son un signo claro de la presencia y la dirección del Señor. Ahora es un momento oportuno, al terminar mi tiempo al servicio del Gran Maestre como su secretario eclesiástico, y de la Orden, para compartir mis reflexiones sobre las maravillosas experiencias en las que Dios me ha permitido participar.

La Iglesia universal. Una maravillosa característica de nuestro Gran Maestre es que siempre está «en el exterior», entre las Lugartenencias y miembros de la Orden.  Por su deseo de visitar personalmente al mayor número posible de Lugartenencias, los viajes fueron una parte normal de la vida. Sin embargo, no se trata de viajes turísticos, sino de visitas espirituales y pastorales que me han permitido vivir una experiencia profunda de la Iglesia en el mundo. Visitar las Lugartenencias y Delegaciones Magistrales en Italia y Europa, en Sudáfrica y Sudamérica, en Australia, Asia y Norteamérica me permitió estar en contacto con la Iglesia Una, Santa y Católica, allí donde sus fieles viven su fe en sus propias situaciones culturales e históricas. A pesar de las diferencias de lenguas y culturas, todos somos un solo cuerpo en Cristo (cf. 1 Co 12, 12-27).

Amor fraterno y apoyo. Todos sabemos lo difícil que puede resultar ser un extranjero en un país extranjero. Pero como miembros de la Orden no nos ocurre nunca. Entre Caballeros y Damas existe un vínculo inmediato que nos une unos a otros. Ciertamente, se trata ante todo de la santa Eucaristía (la Eucaristía une a todos los católicos). Pero, como miembros de la Orden, esta unión eucarística se ve aún más enriquecida por nuestra misión y objetivo comunes: la santidad personal y el amor a los habitantes de la Tierra Santa de Jesús. El hecho de estar con otras personas que toman en serio su fe y se han comprometido en el camino de una santidad personal cada vez mayor me anima a comprometerme aún más en mi camino hacia la santidad. He tenido la ocasión especial y única de encontrarme con muchos de ustedes que, sin saberlo, han sido ejemplos maravillosos y alentadores de una búsqueda constante de la santidad (la verdadera vocación de todo cristiano). Ver los sacrificios que nuestros miembros hacen por los demás, sin pensar en ellos mismos, me ha ayudado a crecer en el amor por nuestros hermanos que viven situaciones difíciles en Tierra Santa.

Peregrinación. Cada viaje de estos últimos años ha sido una verdadera peregrinación. La celebración de las Investiduras y la Misa por todos los continentes ha dado un sentido espiritual a cada viaje. Como Orden Ecuestre, sin embargo, una de nuestras mayores alegrías (y responsabilidades) es también vivir la peregrinación a Tierra Santa. Después de haber visitado las parroquias, encontrado a la gente, animado a los enfermos y personas mayores, hablado a los estudiantes de la Universidad de Belén y a las escuelas del Patriarcado, visité las piedras santas y las piedras vivas… Después de todo esto, es imposible que nuestras vidas sigan igual y no cambien. Mis peregrinaciones a Tierra Santa con el Cardenal y el equipo del Gran Magisterio, y mis peregrinaciones personales me han abierto los ojos y el corazón a una mayor Fe y a un amor y preocupación más profundos por los cristianos de Tierra Santa.

La Iglesia institucional. Vivir en Roma es una experiencia única en sí. El hecho de estar tan cerca de nuestro Santo Padre, de las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo (el patrón de mi Confirmación) y de tantos otros santos que han vivido, trabajado y muerto en Roma me ha ayudado a amar mejor la Iglesia. Para muchos puede parecer que se trata de una estructura burocrática, y ciertamente también existe, porque somos seres humanos que necesitan estructuras. Lo que muchos, por desgracia, no pueden ver o experimentar es la humanidad de la Iglesia: tantos hombres y mujeres, sacerdotes y religiosos, que trabajan con diligencia y fe para construir la Iglesia y responder a sus necesidades. Seguramente es el caso de nuestro equipo del Gran Magisterio, cuyo arduo trabajo hace posible todo lo que la Orden puede hacer para apoyar a nuestros hermanos  cristianos. Pero también es verdad para todos los que trabajan para la Iglesia y la Curia. Mi experiencia aquí en Roma me ha mostrado el amor y el sincero deseo de estar disponible para responder a todas las necesidades del pueblo de Dios en todas las partes del mundo.


Determinación. Al terminar mi servicio en la Orden y volver a mi diócesis como miembro de esta, podría dedicarme mucho más a nuestra misión. Como sacerdote he escuchado y entendido las palabras de nuestro Gran Maestre que insiste en recomendarnos, a todos los miembros eclesiásticos, que no nos limitemos a llevar nuestra muceta y los signos de nuestra dignidad, sino a comprometernos mucho más para responder a las necesidades espirituales de los miembros de nuestras Lugartenencias, Delegaciones magistrales y secciones. Tengo ya ganas de volver a mi Lugartenencia (USA Eastern) y ponerme a su servicio en cuanto vuelva a mi país.

 

Agradecimiento. Pero sobre todo, llevo en mi corazón un profundo sentimiento de agradecimiento. Ante todo, con respecto a Dios, que me ha llamado a esta tarea y responsabilidad. Gratitud por cada uno de ustedes que he tenido el honor de encontrar, servir, y cuyo amor y compromiso me han inspirado. Por último, un reconocimiento personal a nuestro Gran Maestre, el cardenal Edwin O'Brien, cuya humildad, espiritualidad y amor han ayudado y siguen formando mi corazón sacerdotal.

Si alguna vez se han preguntado si la acción de nuestra Orden hace alguna diferencia, puedo asegurarles que puede hacer y marca una diferencia, si participamos de corazón en las actividades y proyectos de nuestras Lugartenencias locales y cuando nos reunimos como peregrinos en la Mesa eucarística del Señor. Es allí, tanto aquí en esta tierra como en la bienaventuranza del cielo, donde espero con impaciencia volver a verles a todos.

Rvdo. John Bateman


(verano 2019)