¿Tiene sentido hablar de espiritualidad hoy en día?

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Barca con 2 remi_Angolo del Gran Maestro_Settembre 2023 - 1 Credit: Godruma

Entre todas las preguntas recibidas para El Rincón del Gran Maestre, un Caballero ha recordado una imagen empleada en uno de los textos del Cardenal: «Somos un pequeño barco con dos remos; si únicamente utilizáramos el remo de la espiritualidad, el barco giraría sobre sí mismo y no podría navegar por el mar; pero si también usamos el remo de la caridad, sí es posible navegar por las aguas». En su carta, el Caballero pidió profundizar en la cuestión.

En este texto, el Gran Maestre aborda el primer aspecto, la espiritualidad.

 

Al hablar con un médico de avanzada edad, que en realidad no era muy religioso, me dijo que estaba leyendo un libro, escrito hace poco, sobre el porvenir de la Iglesia. Me sorprendió bastante, sobre todo, cuando me comentó que, en su opinión, si la Iglesia no reencuentra su espiritualidad, está condenada a desaparecer. No le pregunté qué entendía por espiritualidad. No obstante, no se trata de una cuestión secundaria.

Numerosos son los autores que, estos últimos años, han criticado a la Iglesia por razones morales o por supuestos excesos sociológicos y la pérdida de lo sagrado. En realidad, no es una pregunta que solo se haga en la actualidad. J. Ratzinger ya había planteado este problema en los años 1980/90, en la época del pontificado de Juan Pablo II; pero también, recientemente, el Papa Emérito, Benedicto XVI, en El Elogio de la conciencia – La Verdad interroga al corazón (una edición fuera de comercialización de noventa y nueve ejemplares, destinada a Benedicto XVI como homenaje «filial» de la editorial Cantagalli, la cual tuve la suerte de recibir como regalo con una dedicatoria del propio Autor), escribió que «en la crisis actual de la Iglesia, somos testigos de la importancia y fuerza de nuestra memoria cristiana», pero que «el hecho cristiano debe defenderse continuamente contra las amenazas de una subjetividad inconsciente de su propio fracaso y las presiones de un conformismo social y cultural».

En todo caso, la cuestión de la espiritualidad está realmente en el centro de la dimensión eclesiástica actual. Bíblicamente, ya era un tema de actualidad en la época de la Revelación de Dios. Por citar algunos ejemplos bien conocidos, basta con evocar al profeta Elías, quien tenía una gran relación con Dios y quien, en el momento más intenso, percibió su presencia no tanto en los terroríficos y grandiosos fenómenos de la naturaleza, sino en el murmullo de una delicada brisa (cf. 1R 19, 12-13). A su vez, Moisés tuvo la gracia de ver la Gloria del Todopoderoso en el hueco de la roca y al abrigo de la mano del Señor: «Luego – dijo – retiraré mi mano y podrás verme la espalda, pero mi rostro nadie lo verá» (Ex 33, 21-23).

San Pablo, tras su conversión y su reencuentro con el Señor resucitado, fue el primer gran maestre de la espiritualidad cristocéntrica. Hizo del Resucitado su razón de vivir y predicar. Comprendió tanto la universalidad de la relación con Cristo destinada a todos, como la subjetividad, es decir, el «para mí» de la relación. Se convirtió en el criterio para indicar el verdadero propósito de esta amistad que el Señor le había mostrado más allá de los Doce.

Posteriormente, la historia de la Iglesia ha conocido hombres y mujeres de una espiritualidad extraordinaria: desde Antoine le Grand, eremita en el desierto de Egipto, hasta Agustín, obispo de Hipona, que designó a Cristo como el punto de la recapitulación de la Historia. Más tarde, Benito de Nursia y sus centros de vida espiritual en los monasterios, Francisco de Asís, quien siguió a Cristo sine glossa, al pie de la letra, Tomás de Aquino, con su Scala perfectionis, Teresa de Ávila, Jean de la Croix, Teresa de Lisieux y Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), quien murió en el campo de concentración de Auschwitz en 1942.

El ideal de la amistad espiritual con Cristo alcanzó su apogeo – desde la Edad Media a la actualidad – en el opúsculo más longevo y popular (después del Evangelio), La Imitación de Cristo. Se dice que cuando Juan Pablo I fue encontrado sin vida en su cama, tenía a su lado, sobre su mesita de noche, este mismo texto de La Imitación de Cristo, un pasaje que le gustaba leer todas las noches.

Pero ¿qué es la espiritualidad? Entendemos por espiritualidad una relación, una unión profunda de amistad con Cristo. Es el mismo Señor quien lo describió en un momento de profunda verdad y afecto. Entonces, Jesús atrajo a sus Discípulos y los llamó amigos: «Sois mis amigos»; después añadió: «el siervo no sabe lo que hace su amo; os llamo mis amigos porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre» (Jn 15, 14-15).

La amistad con Cristo, en su sentido más profundo, se convierte en espiritualidad y se alimenta de la oración y las buenas obras. Entonces, el Señor explicó en qué consistía esa unión con él, y lo hizo a través de una breve parábola, muy simple y expresiva, la de la vid y sus sarmientos: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí… ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). Esta unión es la verdadera amistad con Cristo y eso es lo que entendemos por vida espiritual.

El primer acto de amistad nace del conocimiento de Dios y pertenece a la revelación de Jesús, cuyo objetivo está enumerado en el Evangelio de Juan: Que te conozcan a ti, Padre, y a quien has enviado (cf. Jn 17, 3). También, esta es la misión que Jesús confía en su Iglesia. En efecto, el conocimiento siempre es el comienzo de toda relación; como ya fue el caso en el principio de la vida pública del Señor, cuando Jesús recibió el bautismo de Juan en el Jordán. Entonces, una voz, aquella del Todopoderoso, se manifestó entre los presentes: Jesús es mi amado Hijo, escuchadlo (cf. Mt 3,13-17).

Por su parte, Jesús presenta al Padre a los Discípulos que se lo pidieron: «¡Muéstranos al Padre!»  (Jn 14, 8). La Iglesia, en la confianza que en ella deposita su Maestro, será llamada a dar a conocer al Padre en la obra de su Hijo, quien se consolida por la gracia, la compañía y la consolación del Espíritu Santo. Debido a esta profunda revelación, Jesús aseguró su amistad a todos aquellos que, gracias a la predicación de los Apóstoles, creyeran en Él (cf. Jn 20, 29).

Mi amigo el médico tenía razón. Es cierto, si la Iglesia perdiera su espiritualidad, quedaría reducida a una vieja organización socioeducativa y cultural. Ya lo dijo Jesús: Sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, solo serviría para ser tirada y pisoteada por los hombres (cf. Mt 5, 13).

La espiritualidad nos permite escapar de la dictadura del relativismo, restaurar la dignidad de la persona y redescubrir el sentido de los valores morales y religiosos en nuestra sociedad pluralista. De igual forma que el espíritu necesita de una persona, de un cuerpo, para vivir, la espiritualidad necesita de un cuerpo para manifestarse: la caridad. Pero ya hablaré de ello en otra reflexión.

 

Fernando cardinal Filoni
Gran Maestre

(Septiembre de 2023)