La espera activa del Adviento

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María Magdalena

María Magdalena: después de la Virgen María es quizá la mujer más conocida de los Evangelios. Es una mujer curada, “de la que habían salido siete demonios” (Lc 8,2), que no se contenta con haber sido curada y que, con los Doce y otras mujeres, sigue a Jesús que pasaba “por ciudades y pueblos proclamando y anunciando la Buena Nueva del reino de Dios” (Lc 8, 1). Es una mujer que ha entendido que su vida no tenía sentido sin Jesús y es ese camino el que va a llevarla hasta la cruz y después a la tumba vacía de Cristo.

Es ella quien recibe la primera aparición del Resucitado en el Evangelio de Juan: “Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». (Jn 20, 15-16). Y es también esta mujer de Magdala quien fue la primera evangelizadora que anunció la Buena Nueva.

Ignoramos si María Magdalena tuvo hijos o no, pero, tomando las palabras de Cristiana Dobner, carmelita descalza, “si buscamos una maternidad en la fe, esta maternidad lleva el nombre de María de Magdala y se abre a ese gran linaje, aún hoy poco conocido e incluso infravalorado, de madres que, a lo largo de los siglos, pueden ser comparadas a los padres de la Iglesia. Se hace la experiencia y se demuestra así la existencia de la «Matrística»”.

En este periodo de Adviento, María Magdalena nos recuerda que esperar a Jesús no es un acto pasivo, sino más bien implica ponerse en camino reconociendo los aspectos de nuestra vida en los que ya ha intervenido para curarnos. Esperar a Jesús significa buscarlo y dejarse encontrar, tener el oído entrenado para escucharlo pronunciar nuestro nombre como lo hizo María en el exterior de la tumba. Y una vez que se ha realizado el encuentro, tenemos que dar testimonio de la Buena Nueva con nuestra vida.

María Magdalena no se encontraba en la gruta de Belén para recibir a Jesús naciente, pero se encontraba presente en la de la Tumba, en Jerusalén. Al final de este camino del Adviento, nos preparamos a disfrutar de esa luz que va a resplandecer en la primera gruta y que ilumina nuestros belenes, conscientes del hecho de que la misma luz va a brotar de la Tumba, sellando la victoria de la vida sobre la muerte, en la unidad de un misterio único, de un Dios que nos ama hasta encarnarse y dar su vida por nosotros.


(IV semana de Adviento 2016)