Reflexiones sobre el Adviento

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Madonna del Parto Nuestra Señora del Adviento, pintada por Antonio di Francesco da Venezia (siglo XIV)

El Gran Maestre de la Orden del Santo Sepulcro envía un mensaje de vídeo en inglés a los miembros que viven en los Estados Unidos para guiarlos espiritualmente hacia Navidad. Lo ha hecho por deseo expreso del Vicegobernador de América del Norte, Tom Pogge. Este mensaje de Adviento puede ser una ayuda para todos nosotros, por lo que, con el acuerdo de S. E. el cardenal Filoni, hemos decidido traducir lo que nos parece importante del mismo y ofrecer el texto a todos nuestros lectores en los cinco idiomas de la página internet oficial del Gran Magisterio.

 

¿Por qué hay en la Iglesia un período llamado de «Adviento»? ¿Qué sentido tiene?

El Adviento es un tiempo que indica tres cosas: 1. El comienzo de un nuevo año litúrgico, correspondiente al presente que estamos viviendo; 2. Un memorial, es decir, el del acontecimiento histórico de la venida del Señor en la carne; 3. La espera escatológica o final, en relación con nuestra existencia.

Con el Adviento, por lo tanto, comienza el Año litúrgico. Durante doce meses, la Iglesia propone que vivamos en la fe todo este tiempo en referencia a Cristo. De hecho, la vida y la fe para el cristiano están estrechamente entrelazadas.

A través de la liturgia, que siempre proclama la primacía de Dios, la Iglesia anuncia y celebra el misterio de la Redención llevando a cabo la obra de la salvación. Se trata de repasar, o más bien de revivir a través de actos sagrados y espirituales, los años de la vida del Señor, que no fueron muy largos: su encarnación y su nacimiento, su enseñanza y su actividad, su pasión, muerte y resurrección. Finalmente, es el tiempo donde, con Pentecostés, la Iglesia se formó y comenzó su misión en el mundo.  Todos los grandes misterios de la fe encuentran un lugar, incluso diría, y vida en el Año litúrgico.  

El Adviento es el primero de los llamados momentos “culminantes” de la vida litúrgica de la Iglesia con la Cuaresma, el tiempo Pascual y luego la Ascensión y Pentecostés. Por lo tanto, se trata de revivir durante las cuatro semanas de Adviento la larga espera de las naciones por la Redención. Esto se realiza a través de la lectura y meditación de pasajes seleccionados de la Sagrada Escritura (que les invito a leer diariamente en Internet, a falta de un buen libro litúrgico), sobre todo escuchando la palabra de los Profetas y los hombres de Dios, que tuvieron la tarea de preparar el camino hacia Cristo a través de la experiencia del Pueblo elegido y de suscitar la esperanza también para todos los pueblos. Este tiempo es rico en oraciones, meditaciones y celebraciones que dan lugar precisamente a la espera y alegría que conlleva un gran acontecimiento.

Además, en Adviento, no solo somos nosotros los que nos preparamos para el encuentro con Dios, sino también -por así decirlo- Dios mismo se prepara para encontrarnos en la realidad de nuestra vida, Él que es «la luz verdadera que alumbra a todo hombre» (Jn 1, 9).

Se trata entonces de dos líneas coordinadas: la horizontal, relativa a nuestra preparación para recibir a Cristo, y la vertical, que desciende de Dios que, habiendo entrado en la historia de la humanidad, no la abandona desinteresándose de ella. La humillación del Señor que contemplamos en la encarnación no ha terminado. Blaise Pascal, el filósofo, decía que la agonía de Jesús continúa hasta el final de los tiempos (cf. Pensamientos, n. 736), haciéndose eco de la enseñanza de san Pablo que decía que el Hijo de Dios, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, una muerte de cruz (cf. Flp 2, 6-8). Un misterio que continúa en la Iglesia.

Para llevar a cabo la «humillación», Dios se sirvió de la ayuda humana de una mujer, María, de la que se hizo carne el Unigénito del Padre, quien junto con José le dieron un hogar. La fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción, en medio del Adviento, nos recuerda la imagen de la zarza ardiente que Moisés, maravillado, vio arder sin consumirse y de la que emanaba una llama resplandeciente: María fue esa zarza ardiente de amor a Dios, la zarza de la que proviene la santa humanidad de Cristo.

En conclusión, el Adviento nos prepara para el encuentro litúrgico y espiritual con el Señor. Al mismo tiempo, nos invita a reflexionar sobre nuestro encuentro íntimo con Dios cuando, como enseña el Apóstol Pablo en la primera Carta a los Corintios, «le veremos cara a cara» (1 Cor 13, 12).

No debemos olvidar nunca que la vida de un cristiano es un camino que conduce al encuentro con el Señor; como peregrinos nos acompañan la oración, la esperanza y las buenas obras.

Que cada Dama y Caballero lleve siempre consigo la lámpara de la actividad y la vigilancia, haciendo suya la exhortación del Señor: «Estad atentos... no sea que (el Señor) venga inesperadamente y os encuentre dormidos» (Mc 13, 36).

¡Feliz Adviento!


Fernando Cardenal Filoni

 

(Diciembre 2020)